Nuestros maravillosos ojos humanos, mucho más allá de ser detectores de luz, son instrumentos evolucionados que llevan el mundo exterior al reino de la apreciación, proporcionando una profunda experiencia de la belleza de nuestros lugares familiares.
Son portales a el esplendor, transformando lo común en lo sublime, otorgándonos una agradable experiencia resonante de la vida.
Los ojos funcionan como cámaras sofisticadas. Al principio, la luz entra a través de la córnea, luego es enfocada por el cristalino en la retina, que es un delicado tejido neural situado en la parte posterior de nuestros ojos.
En este punto, podemos recordar que la luz y el amor son sinónimos.
Dentro de la retina hay células fotorreceptoras, llamadas bastones y conos, que inician el proceso de transformar la luz en señales neuronales.
Las señales eléctricas que vienen de la retina viajan a lo largo del nervio óptico para llegar a la corteza visual en el lóbulo occipital del cerebro, donde un sistema de procesamiento cooperativo da forma a la escena visual.
Sin embargo, nuestra percepción no es un registro pasivo del mundo exterior. El cerebro crea activamente nuestra realidad percibida, llena los vacíos, corrige las distorsiones e incorpora experiencias pasadas.
Este proceso generativo está influenciado por nuestra atención, emociones y memoria, dando forma significativamente a nuestra experiencia subjetiva de la belleza que nos rodea.
En cierto sentido, nuestra capacidad para ver la belleza en la vida diaria está estrechamente relacionada con las funciones cognitivas, especialmente con el enfoque de la atención.
La atención no es solo una de nuestras cualidades, es lo que somos, la consciencia.
La atención selectiva se describe como la capacidad de enfocarse en aspectos ambientales específicos, lo que nos permite apreciar detalles sutiles que de otro modo podríamos pasar por alto.
Los patrones delicados pero vitales de la luz del sol filtrándose a través de las hojas danzantes, la superficie texturizada experimentada de una piedra antigua o la belleza de una breve expresión facial a menudo se revelan a través de la atención enfocada.
Una práctica consciente de no etiquetar, una presencia en el momento presente, impulsa aún más nuestra capacidad de apreciación estética.
Al cultivar una consciencia no reactiva de las experiencias sensoriales que encontramos, podemos operar más allá de la percepción habitual y disfrutar de la belleza en lo aparentemente normal.
Este enfoque consciente fomenta nuestro sentido de asombro y gratitud, transformando momentos normales en experiencias exquisitas de profundo valor estético.
Nuestras emociones y recuerdos tienen un efecto sustancial en nuestras respuestas estéticas.
La amígdala, una región del cerebro involucrada en el procesamiento de emociones, interactúa con la corteza visual e influye en la percepción de la belleza.
Un paisaje inspirador asociado con recuerdos celebrados o un amanecer compartido con una persona amada está impregnado de resonancia emocional, aumentando su belleza percibida.
Además, la memoria proporciona un contexto para interpretar y apreciar el presente.
Nuestras experiencias pasadas influyen en nuestras expectativas y dan forma a nuestras preferencias estéticas, por lo tanto, la memoria a menudo proporciona una base para evaluar el presente.
Nuestra capacidad para hacer conexiones, apreciar patrones, reconocer la simetría y notar variaciones en colores y formas se basa en parte en nuestras experiencias y conocimientos acumulados.
La neuroplasticidad del cerebro es su capacidad para reestructurarse respondiendo a las experiencias, lo que apunta a la posibilidad de que la apreciación estética pueda mejorarse.
Cuando dirigimos conscientemente nuestra atención a la belleza de nuestros espacios y entorno, reforzamos las vías neuronales relacionadas con la percepción estética.
El proceso de neuroplasticidad nos permite desarrollar aún más nuestra sensibilidad a la belleza, mejorando gradualmente nuestra capacidad para encontrar fascinación y asombro cada día.
Al reconocer aún más que nuestra intención y atención juegan un papel activo en la configuración de nuestra experiencia, disfrutamos de un enfoque consciente de la percepción de la belleza, más allá de las interacciones entre nuestro cuerpo y pensamientos.
El estado de apertura que proviene de no estar apegado, de no tener expectativas ni nociones preconcebidas, nos permite percibir nuestro entorno con mayor claridad.
Como sabemos, la belleza no es solo algo que poseemos. También es el reconocimiento de la armonía innata que lo envuelve todo.
Encontramos belleza en el espacio entre nuestros pensamientos, la consciencia generosa que observa todo lo que surge y evoluciona.
Al no estar limitados por patrones repetitivos de pensamientos, a menudo encontramos belleza en lugares inesperados.
La belleza que está en la aceptación de lo que es y la apreciación que emana de ella, una presencia consciente y agradecida.
En ocasiones, es posible que primero necesitemos ver por nosotros mismos lo que no nos lleva a ninguna parte, cansándonos de razonar en círculos, finalmente vemos la belleza de la impermanencia nuevamente.
¿No es un acontecimiento precioso? Si a veces olvidamos nuestra plenitud, cuando en realidad estamos maravillosamente conectados con todo.
Qué hermoso es cuando una estrella tímida que intenta ralentizar su luz, recuerda que brilla como parte de una danza existencial total.
Disfrutamos nuevamente de la belleza de ver a una persona u objeto y comprender su esencia completa.
La belleza total de percibir la unidad subyacente de la existencia, un estado completo de ser.
Cuando no valoramos un aspecto contendiente por encima de la agradabilidad o la personalidad por encima de la totalidad, crecemos exponencialmente.
Antes de las dudas de los pensamientos, la totalidad brilla.
Los imbalances transitorios están dentro de un orden mayor de las cosas.
Al ver la belleza de la totalidad, comprendemos que la existencia es naturalmente armoniosa.
A veces, podemos intentar hacer grandes esfuerzos para ser solo una parte, sin embargo, intrínsecamente somos el universo.
Antes de las nubes está la apertura del cielo.
Cuando la ilusión óptica de la división insatisfactoria se disipa, la naturaleza dichosa de la existencia resplandece sin interferencias.
Las flores comparten que el crecimiento y la realización son acerca de la belleza.
La vista deleitante del sentido más grande.
El aroma reminiscente de la preciosidad evolucionada.
La fuerza irrevocable del amor. La interacción entre la luz y el sustento.
Dichosamente, con claridad vemos, la existencia, en su naturaleza, es completa, la vida sigue abriéndose con una bella vista.


0 comentarios