El crecimiento no necesariamente tiene que ser considerado como un camino feroz, una escalada ardua impulsada por una competencia no disfrutable con nosotros mismos, ni que decir tiene contra otros.
¿Existe un camino más agradable y profundo hacia el crecimiento holístico?
Observando nuestro valor inherente, una motivación natural y duradera nos acompaña.
Por supuesto, cuando es verdaderamente saludable y mejora el bienestar, la competición puede ser una referencia juguetona.
¿Podría ser que el crecimiento sostenible resida en un espíritu de cooperación?
Como sabemos, el crecimiento no se trata de correr dentro de una rueda de hámster, donde la línea del horizonte que nos gustaría alcanzar sigue retrocediendo.
La competencia beneficiosa no se trata de supremacía, sino de colaboración.
¿Hay algo mejor que la chispa fugaz de la motivación temporal?
Correctamente entendida, la rivalidad se trata de proporcionar un espejo, un terreno para el crecimiento.
La rivalidad no se trata de no sentirse bien, sino de disfrutar de una vista, un reflejo para la mejora.
Así como el miedo es nuestro fabuloso asistente mientras cruzamos la calle, una incomodidad reconfortante es frecuentemente la señal que lidera el avance.
Si la motivación actúa como una postura tambaleante, está predispuesta a los vientos cambiantes de los acontecimientos o circunstancias.
A menudo, si solo tenemos un enfoque mental, somos más dependientes de factores externos para impulsarnos hacia adelante.
Esta dependencia frecuentemente puede resultar en una ansiedad sutil.
Un enfoque esencial, la comprensión existencial, nos impulsa hacia adelante donde de otra manera a veces podríamos estancarnos.
Esta perspectiva se transmuta en verdadero oro, la presencia de seres humanos realizados, permitiéndonos pasar de un lugar de carencia a un lugar de plenitud.
Entonces, el crecimiento se trata menos de validarnos a nosotros mismos y más de nutrir nuestro potencial innato.
La ansiedad se disipa y en su lugar encontramos un asombro gentil por el aprendizaje y un profundo sentido de nuestro verdadero valor esencial.
Encontramos que el contentamiento no necesariamente se opone a la ambición, sino que la hace más fascinante, vemos que de hecho, a menudo es el precursor para alcanzar verdaderamente nuevos sabios horizontes.
Cuando estamos satisfechos, nos expandimos naturalmente.
La motivación duradera emerge de la dicha.
La mayor ambición emana del ambiente del amor.
Mientras cultivamos el reconocimiento de nuestro valor innato, aprendemos a observar nuestros pensamientos y emociones sin identificarnos con ellos, sin juzgar.
Somos más conscientes de las narrativas que seguimos contándonos, las creencias conflictivas o limitantes que invocan dudas sobre nuestra valía.
Esta consciencia nos permite nutrir un espacio interior más amoroso.
Cuando nuestras acciones están alineadas con nuestros valores más bellos, una visión natural de nuestro propósito asciende desde un profundo sentimiento de realización y significado.
Corazón y propósito son sinónimos.
Propósito es otra forma de nombrar la riqueza de nuestros corazones.
Cuando actuamos de acuerdo con nuestra esencia, experimentamos la interconexión de la existencia.
Un reconocimiento más profundo de nuestro valor inherente a veces puede ser una epifanía repentina, pero también es una progresión gradual.
Se trata de disfrutar el proceso de una introspección gratificante, un cultivo progresivo e intencional de la consciencia.
Cuando reconocemos más nuestro valor innato, el crecimiento es una expresión natural de nuestra esencia, una fragancia agradable que emana desde dentro.
La existencia crece naturalmente en el contentamiento, se alegra de compartir.
El viaje se trata menos del destino y más de apreciar la belleza del camino.
Se trata menos de mostrar lo que podemos hacer y más de reconocer y apreciar lo que somos esencialmente.
Comprendemos que no estamos definidos solo por nuestros logros, valoramos nuestra preciosidad innata y el rico potencial de nuestro núcleo más profundo.
Correctamente entendidos, la ambición, los sueños, el propósito y la motivación son formas de decir que deseamos bienestar el uno al otro.
La satisfacción y la ambición no son opuestos, son complementarios, cuando encontramos la vida adorable.
Los sueños no nacen de sentir un vacío, sino de un sentimiento de estar maravillado.
Viendo el encanto de la vida, queremos observar profundamente.
Cuanto más conscientes somos, mejor podemos soñar.
Más allá de las dudas ocasionales en el vestido de nuestra personalidad, encontramos una esencia contenta, encarnando la confianza natural que fluye de no tener expectativas.
La armonía es el motivo natural.
El amor es el soñador despierto.
En ocasiones, con la distancia necesaria para poder observar nuestros pensamientos, podemos ver que no hay separación entre nosotros y la grandeza.
En este reconocimiento holístico, encontramos una forma duradera de crecimiento.
Viendo que no hay separación, entendemos que no hay distancia que recorrer.
Nosotros y la plenitud somos uno y lo mismo.
Entonces, el camino no se trata de adquirir lo que nos falta, sino de compartir el perfume de la maravilla que somos.
El crecimiento es acerca de difundir nuestras bellas cualidades humanas.
Las circunstancias externas transitorias no tienen comparación con el inmenso potencial y la luz interior que tenemos.


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