Si se aborda únicamente a través de la indagación mental, sin la comprensión de la experiencia directa, la consciencia puede resultar en un término aparentemente elusivo, un prodigio indescifrable oculto dentro del inmenso paisaje de la existencia.
Podría percibirse como si no surgiera de un vacío; sin embargo, podría depender de lo que consideremos un vacío.
La comprensión es a menudo una flor sutil, cultivada por el rico suelo del contexto. Pensar en la consciencia sin reconocer su contexto sería similar a referirse a un baile sin el bailarín.
En el caso de la consciencia, esto puede ser un poco complejo, ya que la consciencia podría ser el contexto mismo: el baile, el bailarín y el trasfondo que acomoda a ambos.
Esto puede entenderse observando, en lugar de preguntando. El vacío, la espaciosidad, un estado meditativo, podrían proporcionar una esfera óptima para la realización.
Un contexto apropiado para la consciencia no se refiere sólo a partes físicas o sensaciones corporales. Trasciende las redes neuronales, la información sensorial y las densidades emocionales. Además de estar presente en todo lo mencionado, es el fondo mismo donde todo tiene lugar.
Para que ocurra un comienzo, tiene que tener lugar en algún sitio, en algún fondo. Un círculo no tiene principio ni fin.
Nadar se comprende nadando, no pensando en ello o analizando los diferentes elementos externos implicados, como la piscina, el agua, el traje de baño y el nadador.
La consciencia se comprende siendo la consciencia misma, no siendo consciente de algo. Si somos conscientes de algo, hay dos aspectos: el sujeto que es consciente y el objeto de observación.
Correctamente entendida, la consciencia, es consciencia sin dueño, sin objetos separados de ella; es consciencia pura. Es la existencia misma.
Experimentar la naturaleza de la consciencia es darse cuenta de que prevalece la armonía; es la mayor plenitud.
La consciencia manifestada o sin manifestar implica todo lo que hay.
El significado de vacío está relacionado con la nada, y la nada se describe como el estado de no contener nada, como el inmenso vacío del espacio. Sin embargo, también se podría decir que el vacío está lleno de espacio.
La consciencia es precisamente el vacío consciente lleno de espacio. Está lleno de capacidad, lleno de posibles expresiones.
Como un todo indivisible, naturalmente se ama a sí misma y a todas sus emanaciones.
Amor, dicha, serenidad, silencio, agradabilidad, espaciosidad o armonía son diferentes palabras para referirse al mismo fenómeno: a la esencia misma de la consciencia.
Podemos decir que, en esencia, se expresa a través de un silencio agradable, a través de un amor dichoso, a través de una armonía serena. Por supuesto, como humanos, encarnamos esta maravilla indescriptible. Nosotros somos ello.
El sabor de una cereza por sí solo es una sensación; la memoria y el sentimiento la convierten en sabor. La consciencia está en el cuerpo que la experimenta y en el fondo en el que todo, incluido el cuerpo, está.
La consciencia es la experiencia, el experimentador y lo experimentado.
Buscar una descripción universal de la consciencia es como perseguir reflejos, ya que cambia con cada luz de observación diferente.
En cambio, podemos considerar su naturaleza como un acorde resonante, siendo cada contexto una nota diferente, mezclándose en una armonía que es a la vez única y fluctuante sin cesar.
La sabiduría no es acerca de tratar de captar una definición o forma fija, sino de observar que lo abarca todo y de apreciar su hermoso despliegue.
La esfera de la consciencia es un contexto vivo, presente en la sensación, la emoción, la memoria y la observación. Está en el tapiz existencial y en sus patrones cambiantes. La naturaleza de su esencia se revela en esta rica interacción.
Darse cuenta de que siempre está presente y de que somos inseparables de ella, es darse cuenta de nuestra naturaleza eterna.


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