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La sinfonía interior

por | Crecimiento, Meditación, Sabiduría

A menudo, buscamos la felicidad a través de la validación de los demás, en placeres efímeros y en logros externos. 

Quizá persigamos el horizonte, pensando que la dicha se encuentra justo más allá de nuestro alcance inmediato. 

Aun así, a veces tal vez escuchemos susurros que provienen de nuestros espacios tranquilos. 

La dicha es nuestra naturaleza innata, nuestro estado primordial, no un destino. 

El camino no es acerca de ganar dicha, sino de permitir que su resplandor brille naturalmente, despejando las capas que la obstruyen. 

El continuo contenido mental, a menudo oculta el único espacio donde se puede experimentar la dicha, este invaluable momento presente. 

Los ecos de la vida diaria se suavizan en las cámaras espaciosas de nuestros corazones, una esencia dichosa es la calidez que reside en nuestro interior. 

Cuando se le presta atención, esta sinfonía silenciosa de ser, infunde lo ordinario con lo extraordinario. 

No está destinada a ser un estado elusivo, sino un redescubrimiento de nuestra naturaleza fundamental. 

Más allá de las identificaciones, por encima de las compulsiones físicas, antes de los circuitos mentales cerrados, trascendiendo los antojos, debajo de la piel, después de haber hecho ejercicio, antes de perderse en los pensamientos, la dicha es el trasfondo que lo abarca todo. 

Si no la estamos experimentando, podemos cerrar los ojos, simplemente estar con lo que es, tal como es, sin ninguna intervención, con total aceptación, con total observación. 

Podemos darnos cuenta de que la dicha es la misma presencia de la existencia. 

Es lo que permanece cuando todo lo demás se ha ido, sin mente, sin pensamientos. 

Al principio, disfrutamos de nuestra esencia dichosa en la quietud. No se trata de inactividad, sino de la quietud de una conciencia tranquila. 

Podemos empezar a escuchar la suave melodía de nuestra interioridad en estos momentos de agradable quietud. 

Una vez que captamos su esencia, podemos ser conscientes de su cadencia templada, de cómo su presencia se entrelaza con nuestras actividades. 

Prácticas simples como la respiración profunda, la meditación o un paseo tranquilo en la naturaleza pueden crear espacios para la quietud. 

Permitirnos hacer una pausa es un acto de cariño profundo, simplemente disfrutar de ser, sin la necesidad continua de estar haciendo algo. 

Ser un observador de nuestros pensamientos y emociones, sin colorearlos de ninguna manera. 

Notar que son transitorios, como nubes que pasan sin tocar el cielo, no definen nuestro centro. 

Nuestra esencia dichosa se realza cuando observamos la interconexión con la belleza que nos rodea. 

La inmensidad del cielo estrellado y el delicado susurro de las hojas, comparten un santuario donde brilla nuestro sentido de maravilla. 

Compartir momentos de alegría, deleitarse con conexiones significativas, la comprensión y la empatía otorgan una resonancia que expande el sentido de dicha. 

Podemos compartir la dicha a través de actos creativos, escritura, arte o música. 

Las expresiones creativas llevan el mundo interior al exterior, esto a su vez permite una comprensión más profunda de ambos mundos. 

La respiración es un ancla de dicha, es nuestra compañera sutil pero poderosa, el regalo que une los aspectos internos y externos. 

Si los contenidos mentales divagan, podemos regresar a casa a través de la sensación de nuestra respiración. 

El camino de regreso a la dicha innata requiere en última instancia una entrega, una confianza completa en la sabiduría de la existencia. 

Está presente cuando liberamos la resistencia, sin tratar de imponer ninguna voluntad, permitiendo que la vida siga desarrollándose. 

Cuando vivimos en alineación con ella, resonamos con el ambiente que nos rodea. 

Su autenticidad es la clave que abre la puerta a la alegría y la conexión genuinas, trascendiendo la personalidad o el carácter. 

Al participar plenamente con nuestros sentidos, podemos disfrutar de una inmersión sensorial, escuchando el canto de los sonidos naturales, sintiendo el suelo bajo nuestros pies, saboreando la dulzura de una fruta. 

Deleitarnos en nuestra esencia dichosa no se trata de un estado eufórico constante, sino de agradecer una armonía prevaleciente en nuestro interior. 

Observando que somos más que nuestros gustos y disgustos o la suma de nuestras experiencias vitales, podemos vivir diariamente con un sentido de conciencia dichosa. 

Frecuentemente, la ilusión de tratar de controlar o imponer genera estrés. Cuando nos rendimos al fluir de la vida, es porque aceptamos que algunas cosas no están en nuestras manos. 

Un catalizador poderoso para experimentar nuestra esencia dichosa es la gratitud. 

La comprensión amorosa silenciosa y la presencia alegre de la fascinación, son algunos de los lugares donde encuentra su expresión más auténtica. 

En una profunda reverencia a la maravilla y la belleza de nuestra vida, en un sentido de asombro y gentileza. 

Cuando personificamos el amor incondicional a través del regalo de la aceptación. 

No sentir la necesidad de cambiar o controlar a los demás, nos permite abrazar nuestra preciosa esencia común. 

El brillo prevaleciente de la dicha amorosa, como un recordatorio amable, ilumina nuestras vidas. 

En la sinfonía dichosa interior, el amor es la melodía que armoniza todas las notas acompañantes.

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